Las redes sociales, la democracia y los idiotas (algunas ideas sobre el debate de las llamadas noticias falsas)

Durante los últimos días he leído múltiples textos sobre las llamadas “noticias falsas” (algunos prefieren llamarlas “fake news”) sin embargo el que mayor inquietud me generó fue el publicado en la revista inglesa The Economist bajo el título Do social media threaten democracy?. El artículo plantea que las redes sociales significan una amenaza para la democracia de continuar siendo utilizadas de la manera que viene sucediendo y que la ilusión que hace unos años generaron está en riesgo. Sin embargo no me siento completamente satisfecho con los argumentos presentados sobre la relación entre el uso y abuso de las redes sociales y su amenaza a la democracia y sobre eso quiero escribir.

Nací en 1980, según algunos el año que separa a la llamada generación X de la generación de los millenials, por lo tanto, tengo un pie en cada lado. La primera pantalla de computador que vi era un gran océano negro con una pequeña línea verde que parpadeaba en la parte superior izquierda, y mientras crecí vi como los computadores nos cambiaron la vida para bien y para mal. Pasé noches enteras desarmando computadores, instalando diversos programas y me ilusionaba con la oportunidad de acceso a un mar infinito de conocimiento cuando una sucesión de pitidos advertía una conexión a Internet. Pero siempre tuve miedo de que ese mundo que estaba en construcción por miles de personas como yo, algún día llegaría a ser absorbido por los intereses de las grandes empresas y los gobiernos. Hace diez años sentí que el temor que tuve en los noventa se hacía realidad y decidí abandonar mi cuenta de Facebook (no alcancé a tener cuenta en Twitter), fundamentalmente porque creía que la cantidad de información que recibía era en gran medida irrelevante (ya tenía identificadas muchas cosas en las que quería gastar mi tiempo y poco me interesaba el plato que se iba a comer un viejo amigo de infancia o el destino de vacaciones de la compañera de universidad) y porque sentía que la información que recibía empezaba a estar modulada por la plataforma y los contenidos modificados por las grandes empresas e individuos que saben cómo hacernos pensar lo que ellos quieren que pensemos.

Esto no quiere decir que haya abandonado el uso de la tecnología o que me haya ido a vivir a una cueva, simplemente cambié mi forma de consumir información mientras observaba atentamente como las personas hacían uso de las redes sociales. Ahora resulta que, a raíz de la elección de Donald Trump en Estados Unidos, de una victoria pírrica de los que no querían que el Reino Unido siguiera haciendo parte de la Unión Europea y de la derrota en las urnas del acuerdo de paz que alcanzó el gobierno de Santos con las FARC, la gran mayoría de los medios y muchas personas comenzaron a hablar de las “falsas noticias” y de la “posverdad”. Hace unas semanas una amiga me invitó a un foro organizado por los medios de comunicación tradicionales sobre las “Fake News” con invitados de gran calado y una amiga hace parte de una iniciativa para aproximarse con mayor seriedad a la información que han llamado #nocomocuento, sin embargo tengo que decir que no me queda tan fácil comerme el cuento de no comer cuento.

Tengo que decir que como historiador de profesión fui entrenado para cuestionar siempre a la fuente, preguntarme más allá de lo simplemente me dice y hacerme preguntas como ¿por qué me dice eso? ¿quién y cuándo lo está diciendo? ¿qué interés puede tener al decir eso? y muchas preguntas más que permiten comprender la complejidad inherente a la comunicación humana y a los medios que utilizamos para hacerla. Es por eso que me pregunto en estos días ¿por qué son precisamente los medios de comunicación tradicionales los que están promocionando con tanta fuerza este tipo de iniciativas? Creo que es evidente que las redes sociales están amenazando el status quo y eso inmediatamente requiere que se enciendan alarmas y se busquen tratamientos. Evidentemente las redes sociales sirven para que circule información de todo tipo, creo que circula más información irrelevante y superficial que falsa (reitero en las fotos de platos de comida, gatos o vacaciones, y ni hablar de los regalos que todo el mundo empieza a ofrecer en esta temporada), también ha servido para que circule información que puede ser catalogada como verdad (la verdad es un tema muy grueso y pocos han hablado sobre eso en estos días de malestar hacia la mentira) pero lo más importante es que ha servido para que se formulen preguntas, si, las preguntas son el mejor de los productos que se derivan de ese mar de confusión que reina en las redes sociales. Preguntas tales como ¿cuáles son las relaciones del señor fiscal con el anterior vicepresidente? ¿porqué si queremos ser los más educados y proteger nuestro ambiente llevamos la plata de la ciencia a vías terciarias o empeñamos los páramos en visitas a desiertos? ¿por qué los medios tradicionales están de un momento a otro preocupados por enseñarnos a leer y entender las noticias? y ante esta pregunta me acuerdo de lo que me dijo hace unos años un editor de uno de los grupos de medios de comunicación más grandes del país: “No se le olvide que lo que nosotros publicamos en nuestro períodico, lo escribimos para que lo lean idiotas”.

Prefiero pensar que las redes sociales son al siglo XXI lo que la imprenta fue al siglo XVIII, una posibilidad de intercambiar ideas con la esperanza de que sin la mediación de monopolios las preguntas que nos formulemos nos permitan construir mejores democracias, o tal vez peores (como se representa en una película de mala factura pero con un mensaje interesante llamada Idiocracy). Las posibilidades son múltiples e inciertas. Sin embargo estoy seguro que en un mundo donde solo tengamos monopolios de información controlados por grandes grupos económicos no hay espacio para la democracia, pues según me dijo aquel editor las fuerzas irían más hacia el funesto destino que la mencionada película nos presenta.


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