La selección de fútbol de Camboya y la UIS (Universidad Industrial de Santander)

Esta semana el ingeniero Rodolfo Hernández, alcalde de Bucaramanga, apareció nuevamente con su estilo desparpajado afirmando que el costo promedio de un estudiante en la UIS superaba los 20 millones de pesos. Caricaturizando la situación, afirmó que nos saldría más barato cerrar la universidad, vender el lote y enviar a todos los estudiantes a estudiar a la Sorbona en París.

Las reacciones no se hicieron esperar: políticos oportunistas salieron a “defender” a la universidad (a pesar de que en su accionar politiquero la han afectado desde hace muchos años), algunos egresados afirmaron que la UIS era excelente institución “por que ellos estudiaron allí”, otros curiosos inmediatamente recurrieron a las cifras e hicieron comparaciones con costos per capita en universidades extranjeras. El Consejo Superior de la Universidad en un acto de mesura decidió invitar a Rodolfo a su próxima reunión.

Lejos de pretender caer en la trampa de debatir sobre las afirmaciones apresuradas, a continuación quisiera apegarme a las preguntas que se derivan de lo sucedido esta semana para reflexionar sobre la educación superior en Colombia, particularmente la pública.

Quiero iniciar diciendo que soy hijo de la UIS. Crecí en la ciudad de ingenieros que dicho centro de educación ha creado. Mi madre es Ingeniera de Sistemas de esa Universidad y mi padre inició sus estudios de Ingeniería Civil en sus aulas. Tíos, tías, primas y primos recorrieron su campus en busca de conocimiento.

Me gradué de la Fundación Colegio UIS (gran creación de un grupo de personas relacionadas con la universidad para dar una visión un poco más moderna, humanista y cientifica a sus hijos desde la primaria y la secundaria, y lo han logrado).

Compartí la vida universitaria y profesional con excompañeros de colegio que se conviritieron, como era de esperarse, en ingenieros (algunos escogieron otros caminos) de la UIS que se desempeñan hoy en ámbitos increíbles del conocimiento que van desde la astronomía, medicina, la permacultura, filosofía, las artes hasta la producción artesanal de jamón y la publicidad (o propaganda). Me siento muy agradecido por ese ambiente de conocimiento que ha irradiado la universidad y que de alguna forma he sido privilegiado de tener a mi alrededor.

Además, fui durante más de diez años profesor de la Escuela de Economía de dicha universidad, escuela que hace parte de la Facultad de Ciencias Humanas (hecho que creo es único en el pais y siempre me encantó) y en sus aulas aprendí mi profesión, la de ser profesor e investigador, y con su apoyo pude obtener las credenciales que me dieron entrada a “las grandes ligas” de la academia (mis estudios doctorales en Planeación y Política Urbana, debidamente apostillado y con Resolución de Homologación del gobierno nacional para que cuando aparezca en la solapa de los libros que voy a escribir no me toque pedir cita en los medios de comunicación a explicar si tengo o no el título de doctor).

Recientemente renuncié a mi cargo como profesor de planta, y me despedí de los estudiantes, para poder estar más tiempo con mi familia, especialmente con mi hijo recién nacido.

Todo esto para decir que a la UIS la siento como un hogar, y que como uno siempre quiere que su hogar esté mejorando creo que lo que pasó esta semana es muy conveniente para la Universidad, para la Educación en el país y para el futuro de nuestros hijos.

Creo que en Colombia escasean los bienes y servicios públicos (aunque las leyes digan que Avianca lo sea, no lo es). Los más básicos de la vida urbana como son aceras y calles son un claro reflejo de la incapacidad de proveerlos de manera efectiva colectivamente. Los parques y el espacio público (aunque mejorando en algunas ciudades) están muy lejos de ser indicadores de buen manejo de lo público.

Si pasamos a los más complejos como la justicia, movilidad o salud sabemos que en Colombia sus servicios se compran y se transan como bienes privados al mismo tiempo que enriquecen a los que usufructan el monopolio de la provisión (muchos jueces, los SITM o las EPS). Al mejor estilo de lo que pasó con Avianca le decimos servicio público a unos servicios que podrían serlo pero que en la práctica no lo son.

Curiosamente el gobierno produce un mal público (aguardiente) que es a su vez un bien privado (porque al igual que Avianca tampoco es bien público ni porque lo produzca el gobierno). Sin embargo, las Universidades, incluso algunas privadas, y particularmente la UIS, en mi opinión son de los pocos bienes públicos que existen en el país. No solo existe per se, quiero resaltar que es un bien que hemos producido y producimos todos los días gracias a lo que yo llamo “la magia” de la acción colectiva.

Arranquemos por los atributos básicos de los bienes públicos: no generar rivalidad y no generar exclusión. El conocimiento que ha producido la UIS a lo largo de su historia no genera rivalidad, es decir mi consumo de esa externalidad positiva a causa de estar cerca a personas tan bien formadas no rivaliza con las ganancias que tienen otras personas de estar cerca a esas personas tambien en la misma ciudad. Y esas ganancias de estar cerca no se pueden excluir (barreras o cobro por acceder), es decir a mi no me pueden cobrar o excluir del hecho de que los edificios de Bucaramanga los hagan buenos ingenieros formados en la UIS, ese es un intangible que “flota” en la ciudad.

En resumen, todos aportamos a la UIS, la nación y el departamento (aquí vale la pena recordar que esto significa los ciudadanos no Juan Manuel o Didier, es que a veces lo olvidamos), los contratistas al pagar la estampilla, los estudiantes al pagar su matrícula, y todos nos beneficiamos.

Algunos se benefician de manera directa, los estudiantes o los trabajadores de la UIS por ejemplo, y otros de manera indirecta, los que disfrutan su campus durante actividades culturales, los que compran patentes que se producen en la UIS o los que simplemente viven en la ciudad via el consumo del conocimiento que “flota” para mencionar solo algunos. Es lo más parecido a un bien público que hemos construido, y los bienes públicos como todo enfrentan riesgos y esos riesgos hay que mitigarlos.

Las principales amanezas que enfrentan los bienes públicos se identificaron hace muchos años en un documento seminal que describió un fenomeno llamado “La Tragedia de los Comunes” escrito por Hardin. Las últimas decadas han proliferado los estudios al nivel de reconocer sus avances a su representante más prolifica Elinor Ostrom con el premio Nobel de Economía.

Básicamente alrededor de los bienes publicos aparecen dos personajes que quieren sacar ventaja “el oportunista” y el “polizón” (conocido en la literatura anglosajona como el free-rider).
Empecemos por el "polizón". Es aquel individuo que como sabe que la acción colectiva se va a llevar a cabo gracias al esfuerzo de todos, “descubre” que si hace poco o nada igual se alcanza la meta pero minimiza su esfuerzo individual. Su actuar racional pero amoral o no ético respecto a su colectivo lleva a que si todos piensan igual la acción colectiva fracase. El profesor que solo va a clase y luego se va para la casa aunque su responsabilidad trascienda el aula vía investigación o impacto directo en la sociedad, es un tipo de polizón. El estudiante que pasa 10 años en la universidad cursando un pregrado de 5 años también es un polizón.

El "oportunista" es aún más peligroso. Es aquel que quiere apropiarse de manera individual de las ganacias colectivas. Es, por ejemplo, el que compra la infraestructura pública o hace una APP gracias a su relación con el poder y no porque su empresa sea competitiva; es el que pone en el logo de su partido una bicicleta o se proclama como el creador de un sistema de transporte cuando en realidad fueron construcciones colectivas; es la empresa que aplica el conocido “rent-seeking” a través del cual captura el conocimiento colectivo en una patente que vende pero que no retribuye a la universidad o al científico que la creó; es el que sale a decir que la UIS es patrimonio de todos cuando con sus acciones han demostrado que la considera patrimonio suyo. Estos son los riesgos que enfrenta un bien público de verdad.

En los últimos días he leído mucho sobre la grandeza de la UIS y soy testigo de que lo que se ha hecho es grande. Creo que en un mar de adversidad como es Colombia, cientos de héroes de verdad, que han trabajado todos los días por la UIS (no los que salen por twitter a capitalizar sobre las pasiones) han logrado construir un bien público de calidad y que promete. El Parque Tecnológico de Guatiguará, tan desconocido por el país, es en mi opinión el único lugar que tiene potencial en el corto y mediano plazo de hacer ciencia de verdad en el pais.

Sin embargo, también creo que aunque la selección de fútbol de Camboya sea la mejor selección del Sudeste Asiático no significa que sea buena, incluso ni siquiera significa que sepa jugar fútbol. Incluso aún si todos los camboyanos creen que sí lo hace o que juegan bien al fútbol.

La grandeza se demuestra con hechos. Hay que asistir a la reunión del Consejo Superior y plantear las dudas. La Universidad tiene que asumir las preguntas con gallardía y analizar sus finanzas. Tiene que demostrar que no tiene un exceso de OPS en favor de clientelas y en detrimento del conocimiento.

Tiene que demostrar que los profesores jubilados enriquecen con la sabiduría que les da la edad y la experiencia y no que entorpecen la necesaria transición generacional que permita que germinen los nuevos saberes de profesores que llegan con agendas claras de investigación.

Tiene que demostrar con decencia que los recursos de regalías van a multiplicar la ciencia y el conocimiento para que no terminen en muñecos de plástico en montañas (allá ya tenemos un muñeco de esos construido con regalías).

Tiene que demostrar que lo que ejecuta lo hace con eficiencia y transparencia, lo tiene que hacer ahora y siempre.

La Universidad tiene que demostrar que es de todos y que lo que hace lo hace por todos y no a favor de grupos de “oportunistas” o de “polizones”. Tiene que demostrar que se quiere seguir siendo el bien público por excelencia de los Santandereanos, donde todos ponemos y todos gananos. Se puede porque se ha podido.

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